miércoles, 14 de enero de 2015

Pliegos y descargos


No me gustan nada los paraísos fiscales, ni tampoco los oasis tributarios. Son sitios de fraude, corrupción y cosas aún peores. Sin embargo, los tenemos y consentimos cerca de nuestras fronteras e incluso dentro de ellas. No hay más que mirar algunos de nuestros socios europeos y hasta alguna comunidad autónoma o ciertos ayuntamientos ventajistas.

Nada personal tengo contra los balones de oro, pero sí contra el oropel que les acompaña, signo de muchas debilidades y complejos, reflejo de instintos que creíamos superados por la civilización y la educación. Pero no es así.

Terminaré odiando la austeridad si me la siguen oponiendo a crecimiento y no a derroche, su verdadero antónimo. Gastar en exceso no es sostenible durante mucho tiempo, pero atesorar fruta en un cesto, hace que se nos termine pudriendo.

Me encanta que el paro se reduzca, pero no que sea a costa de sacrificar derechos, ilusiones, generaciones y hasta normas fundamentales de la estadística.

Disfruto sabiendo que el debate sobre la reforma constitucional ya no es un tabú, aunque para este segundo parto vamos a necesitar madres, no siendo suficiente con unos pocos padres, como en 1978. No sólo la reforma, sino también la democracia, la financiación, la negociación, la renovación, la alegría y otras tantas cosas buenas, son de género femenino.

Confieso mi particular desagrado por la deuda insostenible, la misma que asfixia a familias y países enteros, pero al mismo tiempo reclamo nuestro derecho a pedir prestado para que la sangre fluya en el cuerpo de la economía capitalista. El literato y hacendista Echegaray tenía un “santo temor al déficit”; yo se lo tengo a firmar una hipoteca sin haber dado una buena entrada para el piso, para no tener que atarme de por vida a un préstamo tiránico.

Nada bueno puedo decir del funcionario corrupto o del político ramplón. ¿Por qué no hacemos oposiciones de ética o exámenes de ciudadanía y probidad? Saber de corrido los artículos de una ley y vomitarlos en una oposición no nos exime del deber de cumplirla, aplicarla todos los días con justicia o de saber pedir ayuda cuanto tenemos problemas o carencias. Quien no hace nada de esto, está perdido. Y nos pierde.

 
Publicado en La Voz de Avilés el 14 de enero de 2015

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