miércoles, 9 de diciembre de 2009

Comarca de Avilés: realidad frente a política


A veces lo urgente no nos deja ver lo importante. Aquello de los árboles y el bosque que siempre nos recuerdan algunos. Tanto hablar de paro, de burbuja inmobiliaria o de piratas (bastante más peligrosos que los peliculeros del Caribe), resulta que nos estamos olvidando de otros asuntos también fundamentales. El ritmo de las cosas es tan rápido que las noticias dejan de serlo a la misma velocidad con que nos sorprenden.

Hace poco, el maestro Iñaki Gabilondo nos recordaba que el conflicto de Oriente Medio sigue más activo que nunca y, sin embargo, se habla poco o casi nada de él. Desesperanza. Al tiempo, un amigo se escandalizaba (con razón) porque los periódicos de ese día en Asturias parecían la crónica negra de otros tiempos, con portadas sobre crímenes horrendos y truculentas historias familiares. Morbo barato.

Por mi parte, terminé de cabrearme cuando vi en la tele a un personaje de la catadura moral y/o criminal de Julián Muñoz. No hay que ser muy listo para adivinar que este supuesto señor habrá cobrado más dinero del que pueda ganar cualquier persona honrada en varios años. Vergüenza. Cuando puse la radio, escuché a cierto grupo de opinadores afirmando que el cambio climático ya no es un problema, insinuando que este asunto es un lujo que sólo nos podemos permitir cuando la economía va bien. Ignorancia, ceguera voluntaria o egoísmo.

En nuestro microcosmos de Avilés también tenemos asuntos urgentes (muchos y variados) que a veces nos distraen de otros temas que parecen dormidos, pero en realidad sólo están durmiendo (como diría el ínclito Cela). Uno de esos temas de largo alcance, con gran solera y con un futuro abierto es el proyecto de Comarca, nuestro particular Guadiana que aparece y desaparece a conveniencia, siguiendo impulsos más o menos interesados y empeños más o menos sinceros. Me refiero a la Comarca 'administrativa', puesto que la Comarca 'real', la de la gente, ya funciona desde hace muchos años con total normalidad y no poca eficacia. Que cooperar es bueno, ya casi nadie lo discute a estas alturas. Pero es cierto que para construir cosas en política se necesitan tres pilares: ideas, presupuesto y voluntad. La idea de Comarca parece bastante clara. Los dineros ahora son pocos, pero volverán. Lo que no alcanzo a entender es por qué las voluntades tienen que ser igualmente escasas.

En uno de aquellos míticos discursos de la Transición, Adolfo Suárez apostaba por «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es simplemente normal». Esas palabras encerraban toda una filosofía política, aplicable a muchos casos concretos, como el que ahora nos ocupa.

La Comarca de Avilés es una realidad social y económica desde hace muchísimos años. Tenemos un transporte público que une Avilés, Castrillón y Corvera, como moderna continuación de La Chocolatera. En invierno alzamos la vista al Pico Gorfolí, en Illas, para ver si la nieve hace acto de presencia. Hay quien vive en Los Campos, trabaja en Avilés, va a la playa de Salinas o termina el día tomando una sidra en Piedras Blancas. Los límites físicos no existen más allá de las fronteras de papel, pero nos falta avanzar en la vertiente política de esta realidad.

No se trata de buscar perdedores o ganadores, ni de que el grande se coma a los menos grandes. Los planes europeos Urban o la Mancomunidad de Turismo son dos muestras de cómo se deben hacer las cosas, sumando esfuerzos en beneficio de todos, sin que nadie tenga que renunciar a nada. Ni siquiera planteo la fusión de concejos o la constitución de una entidad administrativa supramunicipal (aunque eso fuese lo ideal). De momento basta con que coordinemos actuaciones y no perdamos tiempo ni dinero en discusiones estériles.

Desde esta modesta tribuna invito a que se abra una amplia reflexión política sobre el viejo proyecto de Comarca, más aún cuando la crisis regatea los recursos y amplía las necesidades comunes. Sólo así podremos diseñar y financiar objetivos ambiciosos. Y sólo así evitaremos el ridículo de competir entre nosotros mismos con los polígonos industriales o con las programaciones de festejos, por poner sólo dos ejemplos. Quizás si nuestros gobiernos hubiesen avanzado más en la idea de Comarca, hoy ya tendríamos la famosa Ronda Norte en funcionamiento.

Enlaces a las publicaciones en www.elcomerciodigital.com

Realidad y comarca (I)

Realidad y comarca (y II)

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lunes, 16 de noviembre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

Impuestos: soy partidario


Tribuna de opinión sobre impuestos y política fiscal en El Comercio















Me gustan los impuestos

El problema de escribir sobre impuestos es que, normalmente, uno ya empieza teniendo al público en contra, algo así como un jugador del Barça cuando juega en el Bernabéu. Un impuesto, la propia palabra lo dice, no es un acto de caridad, ni una contribución voluntaria, pero al mismo tiempo sí supone el sustento básico de los servicios públicos.

Llevábamos ya varias décadas denostándolos, teorizando sobre las bondades de las rebajas fiscales y, al tiempo, practicándolas a bombo y platillo por parte de los gobiernos. Tolerábamos bastante bien las subidas en el café de la mañana o en la ropa, pero de ninguna manera se aceptaba por el discurso dominante cualquier subida de impuestos, por pequeña que fuese. Pero llegó la crisis y, como el comandante, también mandó parar. La realidad nos trajo una menor recaudación y mayores necesidades de gasto público, ligadas a la cobertura a personas desempleadas o al despliegue de nuevos derechos de ciudadanía (por ejemplo, la atención a la dependencia). Sin olvidar que las demandas ciudadanas sobre educación, sanidad o infraestructuras son tan ilimitadas como nuestra propia capacidad para formularlas.

Al menos ahora ya hemos logrado que se hable de los tributos con naturalidad, desde diferentes posiciones económicas o políticas, rompiendo un inexplicable tabú. No tenía mucho sentido defender rebajas fiscales siempre y en todo lugar, tanto en tiempos de bonanza económica como durante una recesión. Un paraguas no sirve lo mismo en un día de lluvia que en otro de sol y por eso lo abrimos o lo cerramos según la necesidad. Los impuestos deben ser un instrumento vivo, un elemento central en la política económica, un mecanismo de equidad, pero nunca un cañón viejo que sólo sirve para disparar salvas y no para combatir (a la crisis económica, se sobreentiende).

La primera cuestión a plantear sobre la reforma fiscal que se debate estos días hace referencia a la idoneidad del momento elegido. El déficit público llegará este año al 10% del PIB, del cual la mitad aproximadamente se deberá a los llamados estabilizadores automáticos por la negativa evolución del PIB y el empleo, mientras que la otra mitad se habrá generado por las medidas contracíclicas adoptadas por el Gobierno de España para dinamizar la economía. Si pretendemos que el gasto público siga jugando un papel destacado en la reactivación económica y en la promoción de nuestro bienestar individual y colectivo, no podemos ir mucho más lejos con el nivel de impuestos que tenemos actualmente. Salvo que, claro está, el objetivo fuese justo el contrario, el cual no comparto en absoluto.

Segunda cuestión. ¿Se puede permitir España esta reforma fiscal? El hecho cierto y contrastable es que tenemos una presión fiscal que es de las más bajas de toda la Unión Europea y de la OCDE. También tenemos unos niveles de deuda muy por debajo de la media, pero no se puede utilizar este recurso indefinidamente para no comprometer en exceso los presupuestos de los próximos años con una excesiva carga de intereses y amortizaciones. En esa coyuntura, sólo cabe una política fiscal más activa. O sea, una subida de impuestos, exigiendo de igual modo la máxima eficiencia en todas las políticas discrecionales de gasto que se vayan a llevar a cabo desde ahora.

Tercera. ¿Se han elegido bien las subidas de impuestos en concreto? Las opciones son casi ilimitadas en la teoría, pero no tantas en la práctica, ya que casi todas deberían pasar por el IVA y el IRPF, donde están las grandes bolsas de recaudación. Descartamos el Impuesto sobre Sociedades porque podría suponer un freno añadido a la recuperación económica.

Sabemos que el IVA presenta ciertos problemas de equidad, pero no olvidemos que sigue siendo comparativamente bajo y que, además, para bienes de primera necesidad, existen tipos reducidos. Sabemos también que el IVA puede hacer crecer los precios, pero no olvidemos que ahora tenemos una inflación negativa, algo inédito en la Historia de España. De forma complementaria al IVA, se podrían reforzar los gravámenes sobre «los vicios» (tabaco, juego y alcohol) que, además de inyectar recaudación, contribuirían a reducir ciertos consumos nocivos. Sin descartar la tributación ecológica, aunque esto merecería otra reflexión más sosegada.

En cuanto al IRPF, hay que precisar un límite superior, ya que un impuesto muy elevado podría desincentivar el trabajo, sobre todo el de las personas asalariadas. ¿Acaso pensaríamos en trabajar si nos establecen un impuesto como el que había en España en 1979, cuyo tipo máximo era del 66%? Probablemente no, pero entre ese extremo -casi confiscatorio- y el 43% actual de tipo máximo, seguro que hay un cierto margen de maniobra. Donde creo que el Gobierno de España se ha quedado corto es en la reforma de la tributación del ahorro. Un asalariado con más de 54.000 euros de renta tributará al 43%, mientras que un ahorrista con idéntica renta pagará sólo el 21%. No parece nada justo.

L a reforma fiscal debe ir acompañada de un refuerzo en la prevención y la lucha contra el fraude fiscal, para no facilitar a las rentas más altas sus mayores posibilidades de elusión y evasión. Un dato clarificador: la recaudación 'recuperada' entre 2005 y 2008 por los planes antifraude superó los 27.000 millones euros. Se debe seguir en esa tarea, reforzando los medios materiales y humanos de la inspección, pero también fomentando nuestra escasa educación cívico-tributaria. Cuando hablamos de fraude fiscal tendemos a pensar en grandes redes internacionales y en operaciones muy llamativas (que sí, que las hay), pero también muchas veces nosotros mismos consentimos que el taller de reparaciones no nos pase factura (para 'ahorrar' el IVA) o nos atrevemos con bastante descaro a pedir un dinero «en negro» por la venta de un piso. Sencillamente intolerable.

Por último, no olvidemos que España es un país complejo y muy descentralizado. Por eso no tiene mucho sentido -ni económico ni de lealtad institucional- que muchos ayuntamientos y algunas comunidades autónomas anuncien ahora rebajas o congelaciones impositivas, dejando al Gobierno de España la tarea en solitario de acometer una política fiscal activa. La corresponsabilidad no se puede quedar sólo en rimbombantes declaraciones y se debe ejercer con claridad.

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lunes, 12 de octubre de 2009

Avante Libre 4

Columna de opinión publicada en La Voz de Avilés

Economía y sumergida

Ciertamente, esta crisis pasará a la historia por muchas cosas, pero también porque habrá supuesto un cambio en muchas de nuestras costumbres en temas económicos. Los gobiernos, con políticas de gasto e impuestos antes desconocidas. Los bancos, amarrando riesgos para no volver a caer en errores pasados. También nosotros a título individual. Todos tendremos un antes y un después de esta crisis.

Pero hay algo que no cambia en España e incluso se refuerza. Hablo del fraude, de la engañifa, de la picaresca, cuando no de la estafa pura y dura. Una actitud que tiene poco de ética y mucho de insolidaria. Pongamos algunos ejemplos: Un señor se va a comprar un piso y la propietaria le pide un 20% del precio 'en negro', porque si no es así dice que sacará muy poco beneficio. Señora, usted ganará menos porque tendrá que tasar el piso por lo que vale y no por lo que a usted le gustaría.

Fraude número 2: Llamo a un electricista por una avería en casa y me cobra 150 euros, pero me lo puede dejar en 130 si no me hace factura. Yo me ahorro 20 euros de IVA, él defrauda a Hacienda y así perdemos todos.

Tercer ejemplo, el más dramático: En España tenemos 4 millones de parados, según la EPA. Que yo sepa, para ser considerado parado, son condiciones básicas no tener empleo y buscarlo activamente. Y es en esta segunda premisa donde se produce mucho fraude y bastante mentira. Descontemos de esos 4 millones a las personas que no buscan activamente empleo (por vagancia, desidia, desinformación, porque son prejubilados...) y, lo peor de todo, descontemos también a quienes trabajan en la economía sumergida y siguen inscritos en las listas del Servicio Público de Empleo, incluso beneficiándose de prestaciones al mismo tiempo que trabajan. ¿A qué ya parece menos? Creo que esto último es lo más insolidario en una situación de crisis como la actual, donde los fondos públicos son escasos y se deben destinar a quienes más lo necesitan.

Alguien me podrá sacar a relucir los conocidos eslóganes de chigre como 'todos roban', 'los políticos son unos corruptos', 'la culpa es del gobierno' y otros de ese estilo. Pero reconozcámoslo, todos tenemos un poquitín de culpa. El hecho de que algunos roben o defrauden millones no nos da libertad para estafar nosotros a pequeña escala.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Impuestos y discursos



Hablemos del gobierno. Y por concretar, hablemos de los impuestos, el tema de moda en todas las tertulias de chigre, alcoba o parlamento.

Parece que de repente hemos descubierto que los impuestos sirven para financiar los servicios públicos, algo tan obvio que resulta hasta pedante volver a recordarlo. Impuestos como el IVA, el IRPF, el Impuesto sobre Sociedades o el IBI municipal permiten que se paguen nuestras consultas médicas, las becas de estudios, las autovías, una residencia de mayores, el Centro Niemeyer o las fiestas patronales.

Hasta que empezó esta crisis económica, el discurso dominante decía que los impuestos eran más buenos cuanto más reducidos fuesen. Si eso es cierto, entonces la mejor política fiscal estaría muy clara: bajar los impuestos siempre y en todo lugar, al mayor número de contribuyentes posible. O mejor todavía: eliminar totalmente los impuestos. No estoy exagerando y, de hecho, así lo hemos visto en los últimos años, con gobiernos de todo signo político y en una variedad de tributos.

Pero llegó la crisis. Y el discurso cambió, al ritmo que se deterioraba la realidad económica y caía la recaudación. Ya no estamos para lujos, tampoco el Sector Público. Ahora hay que estimular la economía y seguir siendo solidarios, atendiendo a más personas paradas, pero también pagando la sanidad pública, la educación o la atención a la dependencia. Y, cómo no, intentar culminar el AVE o eliminar la barrera ferroviaria de Avilés sin demora.

En definitiva, nos quedan dos caminos. Uno pasa por asumir un déficit público enorme, aunque siempre tendrá que tener un límite, para no ir a la quiebra total en pocos años. El otro camino pasa por tocar los impuestos al alza, reforzando además la lucha contra el fraude fiscal, al que todos un poco (o mucho) contribuimos. Y no hay más. Lo de reducir el gasto público, sin concretar en qué cosas, suena un poco a demagogia, aunque no negaré que algunos ajustes de gastos improductivos habría que hacerlos.

Las reformas profundas del sistema económico son necesarias e inevitables, eso no lo cuestiona nadie, pero sus efectos no se van a notar de forma inmediata. En cambio, las Administraciones Públicas necesitan seguir prestándonos servicios desde este mismo instante. Cuando las cosas vienen mal dadas, sea en la familia, en la empresa o en el país, toca apechugar un poco, sobre todo las personas que más tienen. Las decisiones impopulares a veces son las más necesarias y eficaces.

Publicado en La Voz de Avilés el 21 de septiembre de 2009

lunes, 24 de agosto de 2009

Romerías y verbenas




Empieza San Agustín en Avilés. Antes fueron el Carmen, San Pedro o San Juan. No hablo de mi santoral favorito, sino de esas romerías y verbenas, tan habituales en nuestro verano astur. ¿Quién no tomó una caja de sidra con sus amigos bailando delante de la orquesta? ¿Acaso no conocimos ahí a la futura mujer o al primer novio? ¿Y las avellaneras? Cierto es que a estas señoras cada vez las vemos menos, pero ahí siguen al pie del cañón.

Me encanta ver cómo ciertas tradiciones y fiestas populares en Asturias siguen intactas. Tenemos referencias orales de ellas desde hace siglos y hasta el mismísimo Jovellanos nos las describió con detalle en sus textos. En el cine, el “asturianizado” Garci comenzaba su película “Luz de domingo” precisamente con una de esas fiestas, en torno a la cual luego girará toda la trama, basada a su vez en un cuento de Pérez de Ayala. Seguro que si preguntamos a padres, madres, abuelas y abuelos o si refrescamos nuestras propias vivencias, completaremos un cuadro muy atractivo y agradable de recuerdos.

Viene esto a cuento porque este agosto se volvieron a recuperar las fiestas de San Roque de Ranón, unas de las que cuentan con más tradición y solera en toda Asturias, interrumpidas el año pasado, a pesar de que el día del patrono caía entonces en sábado. Tengo la suerte de haber acudido a estas romerías y verbenas durante más de 20 años, acompañado casi siempre por miles de personas en diferentes días y noches.

Me sirven las fiestas de Ranón para sintetizar toda una forma de vida, una manera muy asturiana de entender el ocio, de la cual no podemos ni debemos prescindir. Nuestras fiestas populares, sobre todo en verano, son la mejor manera de pasar un buen rato con los amigos a los que no vemos hace tiempo. Un descargo y una buena noticia, en tiempos donde los periódicos se tiñen cada vez más de desgracias o epidemias. Simbolizan nuestra cultura popular, nuestra asturianía, aunando tradición, presente y futuro. Pero conviene no olvidar que las romerías y verbenas, grandes o más pequeñas, son también una importante fuente de riqueza, más aún en un periodo de crisis como el que vivimos. Y si no, que se lo digan a los llagares, a los taxistas o a las orquestas, entre otros.

Y ahora, como es lo que toca, ¡feliz San Agustín! En septiembre, hablaremos del gobierno.

Publicado en La Voz de Avilés el 24 de agosto de 2009

sábado, 1 de agosto de 2009

Economía y bodas




Estas fechas de verano son propicias para muchas cosas, aunque quizás algunas nos resulten muchos más habituales. Por ejemplo, echar la partida de cartas con los amigos, bañarnos en la playa, conjurarnos para bajar algunos kilillos (aunque al final los ganemos) o viajar, viajar, viajar. Hay dos preguntas inevitables en estos días, bien sea porque las hacemos o porque nos las hacen. La primera: ¿cuándo coges vacaciones? Y justo detrás: ¿vas a ir a algún sitio? También es verdad que en este año de crisis se oyen más críticas al gobierno de lo habitual (como si tuviera la culpa en exclusiva de este embrollo mundial) y aquí en Asturias estamos muy pendientes de si Arcelor Mittal reabre el segundo alto horno. Pero de esto hablaremos otro día.

Hoy que debuto en estas lides y, además, teniendo en cuenta que estamos en agosto, no me gustaría ponerme demasiado serio. Por eso reflexionaré sobre una costumbre muy española que en Asturias creo que es todavía más acusada, según percibo por mi propia experiencia.  Me refiero a esos magnos acontecimientos sociales llamados bodas, transformados muchas veces en bodorrios y, en alguna otra ocasión, casi en romerías populares, dado el elevado número de asistentes. Esta crisis que parece estar detrás de todo (hasta del incremento de las vocaciones religiosas y militares, según leí por algún lado) no parece afectar al número de casamientos, ni tampoco a lo ostentoso de algunas celebraciones.

No digo yo que un día feliz para la pareja no deba ser deslucido, tampoco es eso. Pero lo cierto es que conozco casos de invitados que tienen que renunciar a sus vacaciones o a sus pequeños placeres para poder ir a la boda de su amiga o de su pariente. Tengamos en cuenta que las bodas son el único evento al que nos “invitan” pero pagamos nosotros, según establece una costumbre que a mí se me antoja irracional (aunque quizás sea un defecto de economista).

A los que estamos en una determinada franja de edad nos empiezan a llover “invitaciones” por todos lados, no menos de tres cada año, a las que habría que sumar las de otros actos como nacimientos, bautizos, actos de bienvenida, primeras comuniones y demás. Ya sé que está en la libertad de cada uno acudir o no, pero también es verdad, reconozcámoslo, que la presión social para acudir a las bodas es bastante fuerte. Para mucha gente cuando llega una de esas invitaciones, llega también un disgusto. No se me llame demagogo, pero pensemos en un parado que, por causa de un uso social que yo creo desmedido, le forzamos a gastar un dineral en la boda de Leo y Marisa, por decir dos nombres al azar. Y pobre de quien dé un regalo que no esté a la altura de lo esperado o de lo que se entiende como “normal”; se le tachará de aprovechado, de “agarráu”. Sólo una vez escuché a los contrayentes –que fino suena esto- decir a una invitada que no les diera regalo alguno: “lo importante es que estés con nosotros ese día; olvídate del regalo”. Si alguien conoce otro caso, creo no exagerar al decir que sería digno de salir en este periódico con nombres y apellidos.

Por cierto, no nos olvidemos de las despedidas de soltera o de soltero, convertidas muchas veces en una “boda bis” o en unas minivacaciones con múltiples actividades deportivas, culturales y/o gastronómicas. ¿Quién da más? Hace unos días estuve en una de estas en Llanes, paraíso asturiano de las despedidas, junto a Xixón (por cierto, a ver si Avilés se pone las pilas en este negocio). Organización impecable y lo pasamos francamente bien, el novio sobre todo, vaya eso por delante. Pero claro, a la hora de pagar, como era “tarifa plana”, pago a escote, pues ya se sabe. No todos somos iguales.  

¿Cuál es mi propuesta? Pues tan sencillo como disfrutar del día de la boda. Tan fácil como seleccionar un poco a quién invitamos, para no dar un susto o un disgusto a nadie. Y por supuesto, usar nuestra libertad individual (que sí, la tenemos) para decidir si vamos o no a esa boda. En todo caso, ¡vivan los novios!


Publicado en La Voz de Avilés el 1 de agosto de 2009